MADRID, 4 Ago. (EUROPA PRESS) –
Cuando las temperaturas se disparan y el termómetro supera los 38 grados, el cerebro se ve afectado y tanto la función cognitiva como la regulación de las emociones se alteran produciéndose cambios en la memoria, el estado de ánimo y el comportamiento, informa la jefa del Servicio de Neuropsicología del Hospital HM Nou Delfos, María García Galant.
A través de la respiración, del sudor y la circulación, el organismo se encarga de mantener una temperatura constante de 36-37 grados, pero cuando tiene que hacer un mayor esfuerzo para conseguir este objetivo, debido a la elevada temperatura externa, se satura y se desestabiliza, pudiendo provocar cambios en el cuerpo.
En estos casos, el calor afecta al hipotálamo, la región del cerebro que actúa como un centro de control vital, que se concentra al máximo en cumplir su función de mantener el cuerpo fresco y si es necesario, saca recursos del lóbulo frontal, el área dónde se alojan la flexibilidad cognitiva, la atención, la memoria de trabajo y el razonamiento, por lo que la función cognitiva general también se resiente, explica Galant.
Además, otra de las áreas perjudicadas es el sistema límbico, dónde podemos encontrar las emociones. Por esta razón, el calor extremo puede generar inquietud, apatía, mal humor y agresividad, añade la experta. Asimismo, “la sobreexcitación del hipotálamo también impide conciliar el sueño y descansar con normalidad”.
La sensación de hambre también va “estrechamente ligada al calor”, ya que el organismo entra en ahorro de energía y requiere ingerir menos cantidad de alimentos para funcionar, señala Galant. En cambio, aumenta la necesidad de beber líquidos para mantenerse hidratado.
Por otro lado, en personas que padecen una enfermedad o trastorno neurológico previo aumentan los episodios de confusión, desorientación y agitación, especialmente en los pacientes con diagnóstico de demencia, epilepsia o daño cerebral adquirido, matiza la experta.
“El calor extremo, la deshidratación y los cambios de rutina propios del verano como pueden ser los viajes, la interrupción de terapias o las alteraciones del entorno habitual pueden actuar como un desencadenante de síntomas neurológicos o comportamentales, como un síndrome confusional. Además, ciertos tratamientos farmacológicos, como los psicotropos o anticolinérgicos, pueden aumentar la vulnerabilidad ante un golpe de calor con manifestaciones cognitivas, conductuales o neurológicas”, asegura Galant.
En este sentdio, la experta recomienda mantener o adaptar las rutinas lo máximo posible, asegurar una correcta hidratación y evitar la exposición al sol en las horas centrales del día. Asimismo, destaca que es importante adaptar las actividades de estimulación cognitiva para que se mantengan durante todo el verano, aunque sea de manera más flexible.
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